Eduardo Barba: El jardinero del Prado

El año pasado tuve la loca idea de germinar encinas con un gran amigo. Sin mucho interés plantamos unas bellotas que encontramos, y a los pocos meses la tierra dio a luz a unas pequeñas plantitas. Este fue uno de mis quehaceres durante el confinamiento y me salvó un poco de la angustia que este supuso. Llegado el punto, las plantamos y ahora les hacemos visitas cada cierto tiempo. Queremos observar cómo avanzan para adquirir más conocimientos sobre la materia y hacerlo mejor en un futuro.

Un libro que me ha inspirado al terminar la carrera de Historia del Arte es El Jardín del Prado (2020), una lectura fresca y conciliadora, como la naturaleza misma. Nuestro convidado es el autor de dicho libro, Eduardo Barba o también conocido como el ¨Jardinero del Prado¨. Es jardinero de oficio e historiador del arte autodidacta. Su mirada está calibrada, en uno de sus ojos lleva a un jardinero y en el otro a un historiador del arte. Es una persona muy lúcida que mira y toca las cosas con delicadeza. Se podría decir, en pocas palabras, que es un experto en la búsqueda de los destellos de belleza que abundan en nuestro alrededor.

Esta entrevista no obedece estrictamente a bloques temáticos. Si bien, hay una ordenación de las preguntas. Estas se entrelazan y mezclan cuestiones en torno al arte, la jardinería, la restauración o el patrimonio.

I

Es muy particular que una persona combine algo teórico como es la historia del arte con algo tan práctico como es la jardinería, ¿Podrías dar unas breves pinceladas de tu trayectoria profesional?

Yo creo que el arte está presente en nuestras vidas desde que nacemos. Creo que no hay nada más hermoso que ver a una madre dándole de mamar a un bebé, eso, por ejemplo, es arte. Lo ves reflejado en el resto de tu vida, en el día a día… Una mano es arte. Todo lo que tienes a tu alrededor lo es; los colores, los sonidos… Desde que se nace, el sonido del corazón de una madre, el latir de ese corazón es parte del arte. Creo que en cualquier doctrina se podría engrosar el arte, es decir, al arte se le da una importancia metafísica y realmente es algo mucho más cercano, más diario, es todo lo que nos rodea.

Para mí el tema del arte es muy complementario a mi oficio. La jardinería es arte ¿Cómo no va a serlo?, Cuando un artista está pintando con flores, con texturas, con volúmenes, está cambiando un entorno a base de plantas y tierra. El arte para mí era un camino a seguir, lo integré de manera natural. Yo soy jardinero, entiendo de botánica, entiendo de muchas cosas asociadas a la jardinería, pero de arte no tengo otra formación que la mirada. Educar la mirada es escuchar conferencias de conservadores e historiadores del arte, pero, sobre todo, es mirar. Hay muchas personas asociadas al arte que son muy teóricos y es contradictorio que su mirada hacia la obra de arte sea superficial, no se sumergen. Yo aprendí a mirar parándome delante de un cuadro sin que el tiempo me influyera, observar las pinceladas, las sombras o los contornos, texturas que te dan una información muy rica.

En tu libro El Jardín del Prado (2020) está muy presente el tema del viaje, ¿Piensas que es un complemento indispensable para la formación del jardinero? ¿El oficio de jardinero ha sido históricamente así?

Claro. Si te gusta la jardinería, una cosa que vas a querer siempre es conocer jardines de otras épocas, otros paisajistas previos… Como todo, no hemos inventado nada, lo que hacemos es transformar a partir de aquello que hemos visto. Puedo ir a Versalles, que para mí es un estilo de jardinería que no me emociona, pero es necesario para forjar un estilo propio. Entonces, el viaje es indispensable para cualquier profesión, cualquier oficio… Es necesario para la vida, que no deja de ser ese mismo viaje.

¿Podrías llegar a definir lo que es un jardín a partir de tu libro?

Un jardín es lo que uno lleva dentro, está basado en lo que uno lleva consigo. El jardín empieza en los recuerdos que se tiene de la infancia, ahí es cuando comienza el jardín. Muchas veces cuando hablas con un paisajista o un jardinero se está basando en los aromas y los colores, que le rodeaban de pequeño. En el libro algo que menciono mucho son esas vivencias y esos recuerdos. Muchas de las cosas que hago a día de hoy, en los jardines que cuido o creo, están basadas en mi infancia. Un jardín puede encontrarse en una maceta o en algo enorme, como Versalles.

El tema de la mirada es muy interesante, ¿Cómo tratar la ¨ceguera¨ entorno a las plantas?

Creo que todo viene de la infancia. Cuando a un niño le enseñas a cuidar las plantas, posteriormente crea un lazo con ellas. Lo importante son las ganas de cuidar y de aprender. Lo difícil es hacer que un niño no tenga ganas de saber más.

El tema de la ceguera es muy claro, es algo evolutivo. Es cierto que nosotros no teníamos una necesidad de mirar hacia las plantas porque una planta no nos iba a devorar, un tigre sí, entonces mirábamos siempre a lo que nos podía atacar, lo que representaba un peligro para nuestra vida. Esta herencia o ceguera, era algo evolutivo que a día de hoy ya no es algo en lo que nos podamos amparar… Ahora ya no tenemos ese peligro y en el día a día, mirar a las plantas es algo necesario, cada vez estamos en situaciones más inestables y cuando hay inestabilidad se necesita de aquello que te ate a la tierra. Cosas reales, no una pantalla, no un ordenador o un programa, que son cosas que están ahora, pero puede que no estén en el futuro. Con las plantas no pasa esto, ellas siempre van a estar, incluso si como especie desaparecemos. Creo que hay que focalizar más sobre esa parte vegetal de nuestro cotidiano porque nos dan muchos beneficios. La ¨ceguera vegetal¨ que evolutivamente estaba justificada, en el siglo XXI ya no lo tiene que estar porque nos trae muchos beneficios.

En esta misma línea, ¿Qué importancia tiene el jardín en relación con la cuestión del patrimonio?

Mucha, porque cualquier persona que hereda algo tiene el compromiso de cuidarlo para que las siguientes generaciones puedan disfrutarlo. Es un compromiso que no siempre se lleva a cabo. Todos deberíamos tener una conciencia de temporalidad y dejar una semilla para la siguiente generación. Es una idea muy bonita que normalmente aparece en lemas de bancos o clínicas, pero que realmente nos tendríamos que hacer conscientes de quienes somos, una cagadita temporal.

El patrimonio que hereda un jardinero tiene una temporalidad muy bonita. Un jardín puedes cuidarlo todos los días, pero si te descuidas una semana, el jardín pierde su plenitud. Creo que hay pocas cosas más frágiles que un jardín. Evoluciona muy rápido y un jardinero tiene que hacerlo cuidar para que las generaciones futuras puedan disfrutarlo.

Siguiendo con el patrimonio, ¿Cuándo una planta foránea empieza a ser considerada autóctona?

Es una de las grandes preguntas. Tenemos muchas plantas en la Península Ibérica, que cultivamos y creemos que son autóctonas, cuando realmente vinieron hace cientos de años, por no decir miles. Un ejemplo podría ser el pino piñonero o el castaño, que lo extendieron los romanos. La amapola se cree que viene de Oriente Medio, seguramente vino introducida en los granos de trigo y cebada que se cultivaban por toda Europa. Esto nos lleva a un punto de filosofía. Yo siempre digo que en la jardinería encontramos de todo, no hay una respuesta clara. Es parecido a lo que nos pasa a nosotros. Nuestros orígenes vienen de diversos puntos porque nos hemos desplazado.

¿Tendría que ver con el tema del viaje que hablábamos?

Exacto, es un viaje, ¿Cuándo soy de aquí? Se podría considerar que en el momento que estoy instalado aquí, soy de aquí. Pero para que una planta sea considerada de aquí, quizás, lo que tiene que hacer es no entorpecer a lo que tiene a su alrededor. Tiene que estar perfectamente integrada. Cuando una planta ha encajado en la ecología que la rodea, quizás podría considerarse de aquí. Cuando no desplaza de una manera evidente a otra vegetación ya establecida. Hay casos que son muy sangrantes, por ejemplo, el jacinto de agua, que crece en las zonas lacustres y más cálidas de España. Esta planta donde crece, lo llena todo. Anula absolutamente a toda la vegetación que tiene a su alrededor. Cuando ocurre esto se tiene que pensar que es algo foráneo, ya que desplazada el equilibrio deseable.

Otro bloque que me interesa es tu relación con las obras de arte; ¿Cuál es tu relación con los equipos de restauración y conservación de los museos en los que has trabajado?

Mi labor como investigador botánico en los museos y colecciones de arte es una colaboración que es muy útil para los gabinetes de restauración. Es una manera más de complementar la información que tiene una obra. La obra de arte tiene una gran carga de información, físicos, químicos, históricos, culturales… Cuando en una obra de arte hay presencia de vegetación, reconocer a esta es muy útil para saber cómo debió ser la tonalidad de la pincelada en su origen, es decir, se aproxima a una mejor restauración. También hay pinturas muy oscurecidas que tienen formas que no están muy definidas, o las perdidas, por ejemplo.

Yo he trabajado principalmente con el Museo del Prado, que para completar un cuadro necesitan identificar una flor. Sin saber cuál es, completar la restauración es imposible. Para ellos es una manera complementaria de conocer más a fondo el engranaje de ese cuadro. Enrique Quintana (Restaurador del Museo del Prado) compara la obra con un reloj. Tú para conocer el reloj no tienes solo que mirarlo, sino comprender cada uno de los engranajes y cada una de las ruedas que componen ese mecanismo. Sin saber qué es lo que hace cada una de las partes, ese reloj no puede ser recompuesto, con que solo falte una pequeña pieza, ese reloj no puede volver a andar.

¿Piensas que se podría formular un relato histórico a partir de la evolución y transformación de los jardines y los paisajes? Esto es, averiguar cómo ha sido el transcurso de la historia a partir del trato que ha dado el humano al entorno.

La jardinería es muy frágil. Antes hablábamos de lo importante que es ser jardinero o la persona que está cuidando de un jardín para que ese patrimonio pase a la siguiente generación. Un jardín en cuanto se abandona unos años desaparece y vuelve a la tierra, se integra. Habrá plantas que subsistan y otras que no.

Es muy bonito cuando de repente tú ves un jardín que se ha abandonado hace 50 o 100 años, pero permanecen algunos pequeños árboles. Por ejemplo, en el Jardín Botánico de Madrid, hay un sitio que a mí me emociona mucho y es un ciprés, solo un ciprés. Ese ciprés es más antiguo que el Jardín. Nos habla de lo que era ese entorno antes de que el Jardín Botánico se creara. ¿Qué era ese entorno? Una zona de huertas, una zona de campo, una zona de cultivo. Ese ciprés estaría plantado en uno de esos caminos o en una de esas huertas… Todo a su alrededor ha desaparecido, pero permanece el ciprés. Entonces muchas veces eso es lo que nos ocurre en jardinería, no podemos hacer un continuo visual, que sería precioso, como cuando coges una obra de arte. El recorrido histórico en jardinería es imposible, es imposible porque nos falla esa continuidad en el cultivo y cuidado de esos jardines. Sin embargo, el arte nos salva, gracias a él tenemos los jardines egipcios recogidos en pinturas, en papiros, tenemos los jardines romanos recogidos en los frescos… Tenemos jardinería que ha ido desapareciendo que gracias al arte tenemos la impronta o huella visual de esos jardines. Si queremos de nuevo recurrir a ese continuo en la historia de la jardinería, tendríamos que recurrir al arte. Vemos cómo de nuevo, arte y jardinería se imbrican y vuelven a ser parte indivisible.

Imagen I: Detalle del Paseo del Prado y las huertas colindantes al Palacio del Buen Retiro. Pedro de Texeira, Topografía de la Villa de Madrid, s. XVII.

Estamos acercándonos al final de la entrevista y tengo unas preguntas un poco más específicas. ¿Qué relación guardaría la representación vegetal en las obras de arte con la iconografía?

Va a depender del artista. Normalmente hay artistas que recurren de manera muy habitual a las plantas para completar el discurso de la obra de arte. Hay muchas historias, muchas crucifixiones en las que te puedes encontrar con un llantén menor o un llantén mayor, ¿Por qué? Porque las hojas tienen forma de lanza, sobre todo en el llantén menor, Plantago Lanceolata. Esta planta se asemeja a la lanzada y al sufrimiento que tuvo que padecer Jesús en la cruz.

Por ejemplo, en Juan de Flandes sale una margarita que es la chiribita, que representa la Resurrección. Es una planta que en la primavera vuelve a florecer, representa ese ciclo de muerte y resurrección tan querido por la religión católica. La planta a nivel iconográfico en una obra de arte muchas veces tiene un peso muy importante que complementa ese mensaje que quiere dar el artista. Esto no es solo en un nivel religioso, sino también a nivel nobiliario. Una persona puede estar con una flor en la mano que representa su dinastía, su casa noble, como es el caso de María Tudor, por ejemplo. Otras veces también se representan retratados con algo querido, que a veces es una flor a la que se le tenga un cariño especial.

Imagen II: Juan de Flandes, La Crucifixión (1509 – 1519). Museo Nacional del Prado.

Imagen III: Detalle de la chiribita en Juan de Flandes, La Crucifixión (1509 – 1519). Museo Nacional del Prado.

En este sentido, ¿Varía históricamente el contacto que tiene el artista con la pieza de arte?

Sí, va a depender de nuevo de la inventiva del artista. Si recurrimos a la botánica, yo me fijo mucho en los antiguos maestros y, como en El Bosco, Patinir, Jan Brueghel… Todos estos grandes artistas cuando completaban con la botánica su discurso pictórico estaban creando también, de manera muy clara, a partir de las reglas de la naturaleza. Me explico, tú en un Bosco puedes ver cómo es capaz de componer situaciones botánicas, con cosas que no existen pero que la base está cogida de la naturaleza. El Bosco hace quimeras vegetales, un término que emplea Maria Adele Signorini o Giulia Caneva, que son grandes investigadoras botánicas del mundo del arte. El Bosco coge parte distintas de plantas, las integra y de repente te está ofreciendo un disfrute increíble. Hay una pintura muy importante del Bosco que está en el Museo Lázaro Galdeano. Es un San Juan Bautista que hay una quimera vegetal, una planta monstruosa que está hecha con fragmentos de otras. Entonces es ahí donde el artista juega contigo. Juega con las reglas de la naturaleza, pero con esa parte de creación tan maravillosa.

Imagen IV: El Bosco, Meditaciones de San Juan Bautista, s. XVI. Museo Lázaro Galdiano.

Para cerrar la entrevista quisiera preguntarte por tus últimos proyectos.

Ahora mismo estoy preparando varias cosas. Quizás lo más potente que viene es un libro sobre las yerbas urbanas. Es un libro muy especial que estoy haciendo junto a la grandísima ilustradora Raquel Aparicio, que es una maravilla de ilustradora. Tiene una imaginación y una fuerza única. Estamos componiendo un libro, ella con la parte de arte y de ilustración y yo en la parte botánica y de planta, en el cual las yerbas urbanas van a tener una presencia que normalmente no nos fijamos en ellas. Estas plantas la podemos pisar y no nos damos ni cuenta, pero realmente nos dan una belleza y un arte en nuestra pisada diaria.

Por lo que veo tiene que ver con la ceguera vegetal…

Exacto. Yo ahora mismo si saliéramos a la calle e hiciéramos un recorrido de cien metros te enseñaría algunas plantas urbanas que son fascinantes, dignas de estar en un documental del National Geographic. Tenemos plantas carnívoras, aquí, sin dar muchos pasos… Nos las conocemos. Hay plantas que hacen explotar sus frutos para llegar lejos, plantas que emplean estrategias especiales en sus semillas para que no crezcan en el mismo sitio pobre que está creciendo la planta madre, es algo fascinante… Al final la belleza y el arte están muy cerquita de nosotros, solo tenemos que enfocar.

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Esta entrevista fue realizada por Mayo Villasante Gómez-Fontecha

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