
Empecé a leer a Carmen Martín Gaite el año pasado con Usos amorosos de la posguerra española (1987), que trata sobre las relaciones sentimentales, las costumbres y los roles de las mujeres durante la posguerra. Hace un repaso por la sección femenina de la Falange, discursos, consultorios sentimentales de revistas, novelas ‘rosas’, y demás documentos que van intercalándose en su análisis. Los fragmentos de estos artículos y archivos no se amontonan, sino que van entretejiéndose en una gran imagen que Martín Gaite centra en torno a varios conceptos: el bendito atraso, las solteronas (raras/complejas), las novias eternas, las chicas topolino, la camaradería, la misión matrimonial, la sonrisa femenina. Al leer este libro sentí admiración por la inteligencia con que había construido este retrato de “los modelos amorosos de conducta”.
“El hombre era el núcleo permanente de referencia abstracta para aquellas ejemplares penélopes condenadas a coser, a callar y a esperar. Coser esperando que apareciera un novio llovido del cielo. Coser luego, si había aparecido, para entretener la espera de la boda, mientras él se labraba un porvenir o preparaba unas oposiciones. Coser, por último, cuando ya había pasado de novio a marido, esperando con la más dulce sonrisa de disculpa para su tardanza, la vuelta de él a casa. Tres etapas unidas por el mismo hilo de recogimiento, de paciencia y de sumisión. Tal era el ‘magnífico destino’ de la mujer falangista soñada por José Antonio.” (Usos amorosos de la posguerra, 1987)
Nada más terminar con esta primera incursión en la obra de Martín Gaite fui a buscar a la biblioteca de mi universidad un ejemplar de Entre visillos (1957), publicado 30 años antes que usos amorosos. Me dio la impresión de estar leyendo una versión novelada de usos amorosos porque se repetían de nuevo aquellas historias de mujeres encauzadas hacia el matrimonio. La protagonista está deprimida ante esta perspectiva y todos los rituales que conlleva. Podríamos enmarcarla en lo que en usos amoroso se denomina como “rara”, es decir, “las chicas poco sociables o displicentes, que no se ponían a dar saltos de alegría cuando las invitaban a un ‘guateque’, descuidaban su arreglo personal y se aburrían hablando de novios y de trapo”. En cambio, las actitudes de sus amigas y hermanas son diferentes y en general todas tratan de “ofrecer una imagen dulce, estable y sonriente” y están “esperando al Príncipe Azul”. Los paralelismos entre ambas obras eran inevitables porque realmente cuentan la misma historia.
En Entre visillos, Ángel, novio de Gertru, le explica de esta forma por qué no quiere que ella siga estudiando tras casarse:
“Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra. Además, nos vamos a casar enseguida.” (Entre visillos, 1957)
Carmen Martín Gaite cuenta la misma historia en usos amorosos:
“Ahora se recomendaba la prudencia en el estudio, como si se tratara de una droga peligrosa que hay que dosificar atentamente y siempre bajo prescripción facultativa. A los primeros síntomas de que empezaba a hacer daño, lo aconsejable era abandonarla.” (Usos amorosos de la posguerra, 1987)
Muchos años después de la publicación de Entre visillos y unos pocos antes de la de usos amorosos, Carmen Martín Gaite explica en una entrevista del programa A fondo (1981) que el valor de Entre visillos es sobre todo testimonial de “toda la vida de las chicas casaderas provincianas en esos años”. En el año 1974 se emitió la adaptación televisiva de la novela por capítulos, y cuenta que “había muchas señoras que estaban pegadas a la televisión esperando el capítulo siguiente porque yo les estaba contando su vida”.

Ahora estoy con la lectura de Nubosidad variable (1992). Es una novela donde dos amigas de la adolescencia retoman su amistad por correspondencia tras muchos años sin tratarse. En la novela se van intercalando las cartas de Mariana con los ‘deberes’ de Sofía, que parecen diarios en vez de cartas. Tras leer unos párrafos sobre la vida de Carmen Martín Gaite, veo trazos de su historia en la de Sofía: la separación del marido, la acogida en casa de la hija, el impulso de escribir buscando a su amiga como interlocutora.
En la misma entrevista de 1981, Carmen Martín Gaite cuenta que vive con su hija Marta y que escribir “es un sucedáneo de la conversación. […] En vista de que no encuentras ese interlocutor pues te pones a escribir. […] En el momento en el que hay alguien con quien puedes hablar, para mí que se quite el cine, el teatro, los viajes, y hasta incluso placeres más fuertes”. Esa búsqueda del interlocutor es uno de los temas principales de Nubosidad variable, y se hace cada vez más presente a medida que las protagonistas ceden a la sed de diálogo y llegan a escribir cuadernos repletos de cartas-diario.
“Ese ha sido mi norte toda la vida, no convertirme en una mujer amargada, agarrarme a lo que sea para lograrlo. Y desde luego, no hay mejor tabla de salvación que la escritura.” (Nubosidad variable, 1992)