
Los resultados de las elecciones celebradas en Galicia el pasado domingo 12 de julio han dejado dos claros vencedores: Alberto Nuñez Feijóo, al conseguir su cuarta y consecutiva mayoría absoluta, y el nacionalismo gallego, representado por el BNG, que tras unos duros años de disputas y tensiones internas ha conseguido un resultado histórico, logrando el ansiado sorpasso al PSdG y logrando ocupar el espacio hegemónico de la izquierda en Galicia; y, por otro lado, un absoluto perdedor: Unidas Podemos que se queda fuera y desaparece del parlamento gallego, perdiendo los 14 escaños obtenidos en el año 2016 bajo la confluencia En Marea.
El propio Pablo Iglesias, pocos minutos después de conocer los resultados, hacía una contundente autocrítica a través de Twitter reconociendo la derrota sin paliativos que había sufrido Unidas Podemos, a la que posteriormente se sumaba y de la que se hacía responsable Antón Gómez-Reino, el candidato de Galicia en Común, calificando los resultados de inesperados y de fracaso absoluto ante la posibilidad de no poder sumar una alternativa conjunta a Feijóo.
Si elecciones autonómicas y municipales de 2019 vaticinaron claros síntomas de que algo estaba cambiando al haberse producido en comunidades como Asturias, Murcia, Aragón, La Rioja, Extremadura, Madrid o las dos Castillas caídas significativas en el porcentaje de voto respecto a los resultados de 2015, los resultados de las elecciones en Galicia y Euskadi han venido a confirmar y corroborar el continuo retroceso en el que la formación se encuentra inmersa desde varios años atrás.
Varias son las razones que nos permiten explicar el hundimiento de Unidas Podemos en Galicia cuatro años después de haberse convertido en la segunda fuerza política del Parlamento Gallego, y despertar claros síntomas de que en España algo estaba cambiando y que el espacio político era posiblemente reformable.
Por un lado, se encuentra el hecho de que la campaña electoral haya sido realizada y dirigida desde Madrid por altos cargos de la formación y se haya centrado en tratar de reivindicar y rentabilizar la presencia del partido en el gobierno de coalición, en lugar, de haberse interpretado en clave autonómica, alejándolo de unas bases territoriales que se encontraban en una situación muy mermada tras los continuas disputas internas, dimisiones y salidas que condujeron al estrechamiento del espacio político y social tras la ruptura en julio de 2019 con En Marea.
Por otro lado, ha influido la falta de liderazgo y el desconocimiento entre el electorado del candidato Antón Gómez-Reino, que pese a haber sido diputado desde la primera legislatura en la que Podemos irrumpió en el Congreso de los Diputados y a pesar de haber tenido visibilidad como parlamentario de la formación gallega, no ha ayudado a contener la pérdida de votantes.
Y, por último, como ocurre en Cataluña y el País Vasco, la clave nacionalista marca el desarollo político y electoral en Galicia y otorga una clara desventaja para los partidos de izquierdas de ámbito nacional. Si a esto se le añade el hecho de establecer una relación de complicidad con el nacionalismo, sin crítica alguna, la desventaja es todavía aún mayor.
El trasvase de votos que comenzó con la pérdida de los conocidos “ayuntamientos del cambio” gallegos en las elecciones municipales de 2019 ha quedado latente en estas elecciones. El Bloque Nacionalista Galego ha conseguido recuperar el espacio “político del cambio” que venía ocupando, desde las elecciones del 2012, Anova, la escisión del BNG fundada y liderada por el histórico dirigente Xosé Manuel Beirás e integrada junto con Esquerda Unida y Equo, y que en las elecciones de 2016 confluyó con Podemos bajo el nombre de En Marea, consiguiendo más de 271.000 votos y 14 escaños, convirtiéndose en la segunda formación más votada de la Xunta de Galicia.
En estas elecciones, Galicia en Común, la formación integrada por Podemos, Esquerda Unida y Anova, ha obtenido 51.000 votos la gran mayoría procedente de las provincias de Pontevedra y A Coruña, donde no ha superado por poco el umbral de la barrera del 5%, y que por tanto se queda fuera del parlamento gallego; mientras que en las dos otras provincias de Ourense y Lugo, ha quedado en la más absoluta irrelevancia, con unos pocos cientos de votos más que Vox, que se presentaba por primera vez a las elecciones en el territorio gallego.
De este modo, la mayor parte de los aproximadamente 217.000 votos perdidos parecen haberse ido a parar hacia el bloque nacionalista, representado por el BNG, que ha pasado de ser la cuarta fuerza política con poco más de 118.000 votos y 6 escaños en 2016 a 310.000 y 19 escaños en 2020 y convertirse así en la segunda fuerza política del parlamento gallego.
El BNG no solo ha conseguido recuperar el espacio político anteriormente ocupado por Anova y En Marea, sino que se ha convertido en la fuerza política hegemónica de la izquierda gallega consiguiendo superar al Partido Socialista Gallego, relegándole a la posición de tercera fuerza política, pese a haber conseguido un escaño más que en el 2016 – 15 escaños-. Unos resultados, un tanto “insatisfactorios” en palabras de Gonzalo Caballero, que veía como no sólo el PSdG no conseguía atraer a los votantes de sus socios de gobierno, sino que los resultados obtenidos se alejaban de las encuestas realizadas el 5 de abril, fecha en las que las elecciones tuvieron que ser suspendidas por la pandemia, que acercaban al partido a los 20 diputados, como líder de la oposición.
Además, la formación liderada por Ana Pontón ha conseguido romper la dinámica instaurada desde el año 2016 en el espacio político español, bajo la cual los electorados del PSOE y Unidas Podemos han actuado como vasos comunicantes donde el crecimiento de uno se traducía en el retroceso del otro.
El partido nacionalista se ha impuesto a los dos otros partidos de izquierdas en 189 de los 313 consejos gallegos y en las 86 localidades en las que en el año 2016 En Marea fue el partido más votado de la izquierda, 73 han pasado al BNG y 13 al PSdG. Además, ha conseguido imponerse frente a sus rivales de la izquierda en 26 de las 30 localidades gallegas más pobladas.
¿Cuáles han sido las razones clave del nuevo éxito del BNG?

- El abandono del dogmatismo y la apuesta por un mayor pragmatismo y transversalidad. Frente al excesivo dogmatismo y la superioridad moral que el BNG de Beirás profesaba dando lecciones de buenos y malos gallegos, el partido ha ido progresivamente alejándose de estas posiciones, y pese a sus deseos soberanistas, las reclamaciones de referéndum han quedado apartadas durante la campaña electoral. Como ha llegado a afirmar la propia Pontón a lo largo de la campaña “ahora no toca hablar de eso (soberanismo) sino de la reconstrucción social y económica. La transversalidad se ha situado por encima de la ideología, apostando por un programa en donde las cuestiones sociales como “el trabajo digno, el derecho a la vivienda, las cuestiones medioambientales, los problemas de los jóvenes, el feminismo” se han puesto por delante de las reivindicaciones nacionalistas.
- Voto joven. Arrebatado por En Marea y etiquetado como partido anticuado y ruralista, el Bloque se ha ido alejando de los ideales anquilosados del pasado para reconstruir el partido hacia otras direcciones. Conocedora de ser la fuerza política favorita entre los votantes de entre 18 y 29 años, apeló en campaña al voto joven como motor del cambio gallego.
- Un liderazgo consolidado, con experiencia y con lectura en clave gallega a través un discurso renovado y adaptado a la realidad actual.
- El valor de la representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados. Tras tres legislaturas sin representación parlamentaria en el Congreso, el escaño conseguido por Néstor Rego en las pasadas elecciones de noviembre, ha resultado ser de gran utilidad para cerrar la investidura de Pedro Sánchez el pasado mes de enero, y firmar un acuerdo con el PSOE en el que se recogían buena parte de las demandas del bloque y una buena serie de medidas para Galicia como las transferencias de la Ap-9 y la comisión mixta de transferencias entre el Estado y Galicia, que pese a la necesidad de la aprobación de los PGE, le han permitido recuperar posiciones en Galicia. Si la pérdida de representación en parlamentaria hace cinco años le hizo perder votos en el tablero autonómico, su vuelta al Congreso ha sido clave para aumentar su representación.
Los resultados de las elecciones nos hacen echar la vista atrás y retrotraernos a la Galicia del siglo pasado, exactamente a 1997, a un parlamento con sólo tres grupos parlamentarios y con el BNG de Xosé Manuel Beirás como líder de la oposición. Pero en esta ocasión el BNG ha conseguido un diputado más que entonces, hundiendo a la alianza Galicia en Común-Anova Mareas que, curiosamente, él mismo había fundado.
El éxito logrado, con sorpasso incluido, por el BNG permite a los bloqueiros soñar con la posibilidad de hacer en 2024 a Ana Pontón primera mujer presidenta de la Xunta. Mientras que en Unidas Podemos, ante una nueva debacle electoral, despierta cada vez más dudas de si podrá resistir el liderazgo de Iglesias a estas elecciones como ya ha ocurrido en otras ocasiones.
Las elecciones vascas y gallegas han corroborado el retroceso electoral en el que se encuentra inmersa la formación morada desde el año 2016. Galicia y el País vasco parecen haber sido la antesala de una estrategia fallida que en las próximas elecciones catalanas puede confirmar semejante hundimiento. Si desde Unidas Podemos no se hace una profunda autocrítica, ni se reorienta una estrategia, que se desangra cada vez más en un mayor número de territorios, y se sigue blanqueando a los partidos nacionalistas, la posibilidad de desaparecer en todas aquellas regiones en donde existe un fuerte sentimiento nacionalista arraigado puede ser cada vez más significativa.