El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente a la enfermedad COVID-19 como una pandemia. Luego de la implementación de medidas de confinamiento en distintos países para minimizar el número de contagios y muertes, esta enfermedad continúa transformando el panorama mundial en diversos temas, entre los cuales la energía y el cambio climático no son la excepción.
En la actualidad, el sector energético juega un papel primordial en las actividades cotidianas y es considerado esencial para generar oportunidades de trabajo, producción de alimentos, el transporte, la comunicación y la salud, entre otros.
Debido al contexto de las medidas implementadas en el mundo para evitar la propagación de COVID-19, el sector energético se ha visto afectado en intervalos de ajustes imprevistos. Primero, con el poco desplazamiento de las personas, el uso de transporte se redujo drásticamente. En segundo lugar, aunque el consumo de electricidad siguió siendo necesario en los hogares y hospitales, éste disminuyó considerablemente en todas las demás operaciones comerciales e industriales para respetar las medidas sanitarias. Y tercero, dado que la demanda y el consumo de energía se alteraron, las emisiones de CO2 han indicado bajos niveles recientemente.
Al respecto, este artículo analiza la demanda actual estimada de petróleo y de electricidad en relación con los niveles de CO2 a nivel global para 2020, en función de los cambios registrados durante los últimos meses de dichos niveles, buscando así responder cuál ha sido el impacto de la COVID-19 en el cambio climático.
Contexto: Energía y el combate al cambio climático
Hoy en día a pesar de las proyecciones de transición energética para el uso de energías renovables, el panorama actual del consumo de energía global aún refleja una dependencia por los combustibles fósiles. De acuerdo con el reporte anual de British Petroleum de 2019, en 2018 el consumo de energía global de estos recursos (incluyendo al carbón y petróleo) fue de aproximadamente 60%.
Ante este panorama de dependencia, desde 2015 se acordaron agendas de alcance mundial que establecen lineamientos y hojas de ruta para reducir estos niveles y combatir el cambio climático, como lo son la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y el Acuerdo de París. Sin embargo, la recién coyuntura de salud mundial ha puesto un recordatorio para reflexionar sobre la urgencia de hacer frente a este fenómeno común para los países y así evitar un escenario donde sus efectos sean irreversibles.
COVID-19 y el cambio climático
En abril de 2020, como resultado de la pandemia y de las medidas de distanciamiento social, la Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés) estimó una disminución de 29 millones de barriles de petróleo por día (mb/d) en comparación con la demanda de petróleo en 2019; un nivel visto por última vez en 1995.
Como se muestra en la Figura 1, referente a la variación de demanda de petróleo, se estima que dicha demanda será de hasta 9.3 mb/d menos en comparación con la del año pasado. Asimismo, aun con la recuperación estimada para la segunda mitad del año, se prevé que la demanda no alcanzará los niveles obtenidos en 2019. Esto se debe, en gran medida, a la reducción de movilidad en la aviación y otros tipos de transporte que provocaron una importante reducción en el consumo de petróleo durante los primeros meses del año.
Figura 1. Variación de la demanda mensual de petróleo en determinados países. 2020 en relación con 2019.

Por otro lado, la electricidad reside en un escenario ambivalente. De acuerdo con la IEA, a finales de abril de 2020 al menos el 54% de la población había sido sujeta a algún tipo de confinamiento ocasionando que la demanda de electricidad residencial incrementase. Sin embargo, este efecto fue contrario para las operaciones comerciales e industriales, puesto que durante los meses que permanecieron cerradas el consumo de electricidad fue proporcionalmente menor.
Con base en lo anterior, se estima que la demanda general de electricidad en abril de 2020 había disminuido aproximadamente entre el 10% y el 30% en el transcurso del año. La Figura 2 ilustra la trayectoria de la demanda de la electricidad en las regiones y pases donde existe un mayor consumo.
Figura 2. Variación porcentual de la demanda de electricidad en determinadas regiones y países 1970-2020

Ahora bien, considerando que la energía es el mayor contribuidor de gases de CO2 y que éste ha tenido cambios en este año directamente relacionados con el confinamiento, conviene analizar ahora su impacto en el cambio climático.
De acuerdo con Naciones Unidas, como causa de las medidas de confinamiento, para 2020 se espera una reducción del 5.5% de las emisiones globales de CO2. De ahí que sea necesario advertir la convergencia entre el COVID-19 y la mitigación. En China, por ejemplo, (uno de los países con mayor emisión de CO2 en el mundo y con el mayor número de contagios a inicios del año), alcanzó hasta un 25% menor de emisiones entre los meses comparados de enero y febrero en 2019 y 2020.
No obstante, desde un punto de vista antropocéntrico, estos eventos sugieren que, para las estrategias de cambio climático, fundamentalmente nada ha cambiado. Dicho de otra manera, es posible observar que en diversos países, mayoritariamente en Europa, las personas ya han comenzado a regresar a sus autos y a las actividades económicas, siendo los mismos autos y las mismas actividades con los altos niveles de contaminación que se emitían antes de la pandemia.
Además, históricamente otros eventos de crisis durante el Siglo XIX y XXI han demostrado una rápida recuperación en las emisiones de CO2. Por ejemplo, en la crisis de 1930, también conocida como la Gran Depresión, estas emisiones volvieron a aumentar a partir de 1932. Y posteriormente, en la crisis financiera de 2008-09 la reducción de 1.4% en los niveles de CO2 fue seguida por un aumento de aproximadamente 6% en 2010, indicado así una reducción con una duración de no más de dos años para ambos casos.
En este orden de ideas, las recientes reducciones en los niveles de CO2 a causa de la COVID-19 sugieren ser únicamente temporales, demostrando incluso un mensaje negativo en el que si no existe la implementación de estrategias adecuadas para el cambio climático, la actividad económica permanecerá en incompatibilidad con el desarrollo sostenible.
Consideraciones finales
Regresando, entonces, a la pregunta inicial sobre si el confinamiento tiene un impacto positivo o negativo para combatir el cambio climático, es menester subrayar lo siguiente: El contexto actual de la pandemia no debe ser considerado como un avance significativo, puesto que dicho contexto es situacional y no deber ser sustituido o entendido como una acción climática de largo plazo. De lo contrario, se continuaría incidiendo en generar altos niveles de concentración de CO2 y un calentamiento en la temperatura terrestre superior a los 1. 5º centígrados.
En suma, resulta importante advertir que, si bien los bajos niveles de CO2 durante la pandemia son un recordatorio para combatir el cambio climático, éstos no representan un verdadero impacto positivo ya que en prospectiva éstos seguirán aumentando en la pos-pandemia si no se ejecutan estrategias prospectivas. Por ejemplo, con esquemas equitativos de participación y precios en los mercados de carbono, la eliminación de subsidios en los combustibles fósiles o bien, a través de la cooperación internacional para el intercambio de recursos tecnológicos de energía que, en su conjunto, permitan lograr combatir el cambio climático, así como un escenario de desarrollo sostenible.
Referencias
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