
María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, Jaén, 1994) es graduada en Matemáticas y en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada. Ha publicado los libros El agua y la sed (Hiperión, 2015), con el que obtuvo el XVIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal», y Los días eternos (Rialp, 2020), tras resultar ganadora del Premio Adonáis 2019. Ha sido incluida en las antologías Nacer en otro tiempo (Renacimiento, 2016) y Piel fina (Maremágnum, 2019).
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I AM HALF SICK OF SHADOWS
Pequeña niña de Shalott,
espectro virginal y tierno:
no hay con quien jugar en esta Torre.
Se elevan desde afuera algunos ecos
de los niños que corren en los parques,
pero tú no has de soñar vidas posibles
contemplando más allá de tu ventana.
Un día crecerás y algunos hombres
escribirán sobre tu gesto melancólico;
dirán She has a lovely face al ver
en Instagram una foto de tu espejo,
mientras tejes y destejes un vestido
para una fiesta a la que no te han invitado.
Desde el cristal yo te observo y te replico:
escudriñas con las uñas algo extraño,
acaso el único juguete de la sala.
Al principio no lo entiendes y persistes:
lo abres como a un gorrión enfermo,
sin tener muy claro todavía
si es un trozo de paz o de nada.
Tras tanto examinarla descubrimos
—no sin cierta decepción—
que la soledad es al fin un poco
como son todas las cosas:
una victoria cuando es elegida,
una derrota cuando es impuesta.
Escrutas el reflejo de la noche:
lo único que piensas es que estás
un poco cansada de las sombras.
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PATIO DE RECREO PARA NIÑOS MAYORES
Yo aleúyo, tú aleúyas, él aleúya—
aleuyar es un juego que consiste
en ser empujado
(poco a poco)
con una piedrita hasta la tierra.
Veinte – dieciocho – quince: has vuelto
a sentir la violencia del ojo-
bisturí; de la palabra ajena,
extraña sentencia pronunciada
como un susurro en altavoz.
Trece – diez – siete: has vuelto
al lugar del rito infantil;
presa del corro caníbal, eres
otra vez chivo expiatorio —tú la llevas.
Undostrés: estate quieta.
Undostrés: escóndete.
Los niños mayores cantan (cinco, cuatro)
contentos el himno de tu caída.
De tizón tu espalda manchada,
el verbo (tres) y la carne (dos)
vuelven a ser uno:
«estás demasiado
callada».
Los niños mayores cantan:
¡Aleúya! ¡Aleúya!
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SACRIFICIO
la sangre cambia de color
cuando sale del cuerpo
Erika Martínez
I
Flor azul que despiertas
la dormida memoria de lo otro.
A tu olor la sangre se comba
como el lomo felino a la caricia.
II
A mi mano aérea acude
la sangre de un pájaro que aprende a volar:
corazón de colibrí que perfila
la temblorosa línea de la carne.
III
¿Oyes eso? Un árbol
cae en mitad de la nada
con un clamoroso silencio;
rompe la membrana del vacío: hay, es,
palpita al ritmo de la sangre, al ritmo
de una plegaria que se bal-
que se balbu-
que se balbuce en un templo desierto.
IV
Muerdo mi lengua para callarla; hundo
en el músculo los colmillos; abro
una herida. Pero la sangre,
áspera y dulce semilla de granada,
ensucia la inmaculada saliva.
V
Escupo y contemplo:
no hay templo sin sangre. Pero esta
apenas se parece ya a la sangre
que palpita, a la sangre
que tiembla, a la sangre
que se comba. Qué terrible visión
es la sangre fuera del cuerpo:
palabra úlcera
de la que ya no es posible apartar la mirada.