Fernando Castro

Créanme si les digo que no es fácil realizar una entrevista sobre el arte, la industria y sus polémicas actuales. En primer lugar, porque no te sientes con la autoridad ni los conocimientos necesarios para formular las preguntas de gran calado que rodean estos temas, complejo que se intensifica si vienes de una disciplina tan diferente, como es mi caso (Derecho y ciencias políticas). Además, como bien es sabido, son temas que pueden tratarse desde la entera subjetividad de cada uno, siendo, por tanto, imposible predecir por dónde pueden ir los tiros – o las pinceladas – de las respuestas del entrevistado. No obstante, debo decir que ha supuesto un gran reto para mí intentar orquestar una buena charla en la que tratáramos aquellos temas que he creído convenientes para esta entrevista y que podían ser de interés general.

Al igual que muchos otros jóvenes, mi primer contacto directo con la figura de Fernando Castro fue a través de esa plataforma donde se pierden tantas cosas como se encuentran: YouTube. Ahí le escuché recomendar, con esa particular cercanía suya con el espectador, diversos libros relacionados, en general, con el arte y la filosofía. A partir de aquí, me interesé más por su obra y su trabajo y debo decir que terminé viendo en bucle muchas de sus conferencias, charlas y congresos. Hace poco empecé con algunos de sus libros y seguramente a raíz de esto sentí que había que entrevistarle, para conocer su opinión sobre todas aquellas dudas que me habían surgido sobre la materia.

Fernando Castro Flórez es crítico de arte y profesor de Universidad especializado en la rama filosófica de la Estética y en la Teoría e Historia del Arte. Imparte cursos de doctorado y realiza frecuentemente conferencias y charlas en universidades y museos por toda España y también en otros países. Comparto con él haber recibido nuestra formación en la Universidad Autónoma de Madrid, que ambos consideramos “nuestra casa”. Fernando también ha colaborado con diferentes medios como El País, El Mundo o El Independiente, entre muchos otros, y actualmente trabaja como crítico de arte para la sección cultural del ABC. Ha comisariado numerosas exposiciones, realizado trabajos colaborativos con artistas y editado y traducido varias obras, entra las que cabe destacar las de Walter Benjamin. Además, ha sido miembro del patronato del Museo Reina Sofía y desde hace años forma parte de su Comisión Asesora. Por último, y no menos importante, tal y como él mismo señala en su descripción de la cuenta del Twitter, es “experto en fregar platos”, que no es poco.

La entrevista va a dividirse en tres bloques de preguntas. En primer lugar, nos vamos a interesar por la figura, a veces un tanto desconocida, del crítico de arte. Posteriormente le pediremos su opinión sobre los debates en el mundo del arte y sobre los diferentes cambios que están surgiendo y cómo estos inciden en el valor del arte y su industria. Finalmente, al igual que hemos hecho con el resto de las entrevistas, le vamos a invitar a que nos comparta algunas de sus percepciones sobre la situación de la cultura en general. Empecemos.

En ocasiones, se asocia al crítico de arte con alguien que puede llegar a desarrollar una actitud pedante, excesivamente intelectual y que termina por dejarse guiar demasiado por sus propios gustos ¿En qué medida es cierta esta valoración? ¿Un crítico de arte hace más amigos o enemigos entre los artistas?

No es inusual la pedantería ni entre los críticos de arte ni entre los profesores de metafísica, aunque seguramente puedan “presumir” de saber algo cuando se comparan con los políticos que se “dedican” (en apariencia) por la cosa cultural o con los tertulianos que no callan para, a la postre, no decir nada sustantivo. De la definición de la pedantería lo que más me interesa es la “inoportunidad” o hasta la “ostentación” de los conocimientos que “se cree tener”. Tal vez, el crítico es, por naturaleza, inoportuno o, mejor, intempestivo y, sobre todo, in-adecuado en tiempos calamitosamente a-críticos. Poco importa, por seguir el juego, que estemos en estado crítico (expresión, por cierto, que tiene orígenes en la práctica médica) porque lo que parece no alarmarnos es el aplastamiento de la diferencia, la viralización de la censura y la estrategia para-político-policial (empleo aquí la alusión a la “policía” en el sentido acuñado por Rancière) que nos hacer “circular” porque “no hay nada que ver”. Si la crítica de arte es, como me gusta recordar, “parcial, apasionada y política” (así lo estableció Baudelaire), es lógico que no genere muchas “amistades”. El crítico es un agente del combate intelectual, un estratega del disenso, un agonista que tiene que dar un paso al frente y hasta en ocasiones un francotirador despiadado. Es imprescindible “tomar partido” y cada crítico lo hace, consciente o inconscientemente. Algunos actúan como meros cómplices del “mundillo del arte”, aduladores de coleccionistas mostrencos, hipócritas adictos a la “pomada cultural”, arribistas con credencial de “jóvenes curators”, pasteleros de lo indigesto, en fin, mendrugos que no pueden ni desplegar la anacrónica “pedantería”. Otros están absolutamente desubicados y se comportan como pollos sin cabeza o veletas en el huracán, temerosos de no ser nada en un mundo abismalmente precarizado, dispuestos a cambiar de chaqueta para seguir medrando, aunque sea para formar parte de nada. Me gustaría pensar que se puede actuar de otra manera o, por lo menos, intentar evitar que solo suceda la peor.

Entendemos que el arte contemporáneo ya no atiende estrictamente a cánones o decoros, ¿Cómo es la figura del crítico de arte en una sociedad tan líquida? ¿En qué conceptos se puede basar la crítica de arte?

La noción de decoro está incluso retóricamente “obsoleta”, salvo (imagino) para los reaccionarios que se escandalizan hasta con un claro de luna. El canon, tras varias décadas deconstructivas, goza de más salud de la que podría imaginarse. Nada impide pensar que lo pretendidamente anti-canónico se ha tornado “institucional”: sabemos que la contra-cultura vende y que algunos antisistemas pueden comportarse como cínicos de un oportunismo descarado. Si, en Los hijos del limo, advirtió Octavio Paz que “la ruptura con la tradición se ha convertido en tradición de la ruptura” y, años después, en la revista La Luna de Madrid tuvieron la “osadía” de colocar el titular de “La vanguardia es el mercado”, no podemos sorprendernos con la deriva museográfica del situacionismo o con la tergiversación de infinidad de perspectivas cuestionadoras. El crítico de arte, en sentido “canónico-decoroso” es, valga el juego hegeliano, “cosa del pasado”, una pieza del museo-mausoleo que no sirve más que para atizar el brasero viejuno de las “polémicas” de turno. No hay una sola forma de ejercer la crítica de arte en un tiempo en el que, como he indicado, la discrepancia está casi “penada” judicialmente. Evitaré ser tan nihilista como para sostener que la crítica está “liquidada en la sociedad líquida”, pero no puedo dejar de pensar que está derrota o “a la derrota” (en términos de navegación), des-animada y desprovista no tanto de conceptos cuando de entusiasmo.

¿Por qué es interesante, o incluso necesario, para un crítico del arte, tener ciertas nociones de la estética entendida como una rama de estudio de la filosofía?

La crítica de arte es, en mi opinión, esencialmente filosófica (lo cual no quiera decir que tenga que realizar a partir de una doctrina filosófica específica o que sea competencia de los “filósofos profesionales”) y eso supone evidentemente que requiere de un estudio sistemático de la estética. Pero, añadiré para no llamar a equívoco, que no concibo el ejercicio de la crítica de arte sin el estudio constante de la historia del arte. Bastaría regresar a Diderot para comprender que en los orígenes de la crítica se entrelazan los conocimientos históricos, la reflexión filosófica, el análisis estético y, lo que es muy importante, la atención minuciosa a las prácticas artísticas y los modos de exposición. Mi actitud teórica ha sido fundamentalmente, valga la paradoja, indisciplinada más que interdisciplinar. Me formé en la filosofía académica y desempeño desde hace décadas mi tarea de profesor universitario tanto en el grado de filosofía cuanto en el de historia del arte e incluso tengo el inmenso privilegio de poder dar lecciones en un grado de música o en máster de cultura contemporánea o de práctica e investigación en arte actual. El espacio fronterizo (en el sentido de una zona de tránsito, negociación y traducción) de la estética me ha permitido mantener activa mi delirante curiosidad. Apartado de la lecturas o actitudes “escolásticas” o disciplinares, aprendí, valga la reiteración, que tenía que seguir aprendiendo. Por tanto, para escribir crítica de arte me alimento de la estética, la historia del arte, la antropología cultural, el psicoanálisis, la teoría política, los procesos económicos, los discursos feministas, etc. sin perder nunca de vista los desarrollos concretos de las prácticas artísticas.

¿Existe algo como una “valoración objetiva” del arte?

Seré en esta respuesta lo más conciso y claro posible: no existe tal cosa y, sobre todo, no es necesario tener tal “valoración objetiva” si con ello se quiere decir que habría un criterio o juicio definitivo e incuestionable. El mito de la objetividad científica ha sido desmantelado hace tanto tiempo que tal vez no merezca la pena sacar a colación un fantasma que ni da miedo ni, afortunadamente, impone “respeto”.

Pasemos al siguiente bloque. Tras la anunciación de la muerte del arte, filósofos como Arthur Danto respaldan que hemos abandonado una estética material del arte para encontrarnos en una estética del pensamiento. ¿Opina que el arte precisa de una explicación? ¿Esto podría significar que el arte es exclusivo al ser unos pocos los que capten la idea? 

Suena eso de la “anunciación de la muerte del arte” como un capítulo de la Nueva Teología-Estética, una suerte de parodia hegeliana de baja intensidad. El mismo Danto (por otra parte, un pensador bastante sobrevalorado) aclaró que estaba hablando de una mutación del arte que no suponía otra cosa que una pérdida de los modos tradicionales de legitimación histórica. Discrepo con bastantes de los desarrollos teóricos de Danto que reduce, en muchas ocasiones, la historia del arte a una teleología post-histórica. La cuestión que parece preocuparos de una inercia “sobre-interpretativa” en el arte contemporáneo es digna de tomar en consideración. A veces pareciera que para aproximarse a las obras de arte se necesitará de una enciclopedia borgiana o ser un políglota hasta competente en esperanto. El arte contemporáneo sería el colmo de lo críptico, un dominio para “iniciados” que incluso podría ser la materialización perversa del cuento “El nuevo traje del emperador”. Me permito señalar que esa sospecha puede ser un “topicazo” penoso, una coartada para no hacer el mínimo esfuerzo intelectual, la inercia de una sociedad empachada de tanto “reality show”. ¿Es más fácil, valga la comparación facilona, el Museo del Prado que el Reina Sofía? ¿Es más complejo el “pensamiento” o intrincado el simbolismo en un muso o en el otro? La misma idea de “exclusividad” que planteáis podría llevarnos a pensar en el reparto de lo sensible y en las condiciones político-sociales del arte tradicional y las dinámicas específicas de nuestro tiempo.

En esta línea, ¿Hasta qué punto el artista obedece más a un orden cualitativo que cuantitativo?

Voy a adoptar el inevitable tono “pedante” del crítico de arte. Aunque no me queda nada clara vuestra pregunta, me permito recomendar la lectura del capítulo XII del Anti-Düring de Engels. Y, por aportar algo más que una referencia bibliográfica, añadiré que no es nada sensato que el artista “obedezca” a esos órdenes que no son necesariamente contrapuestos, salvo que quiera gozar del doublé bind.

Mercado y arte: ¿Hasta qué punto crees que son realmente compatibles? ¿Dónde está la línea que separa al genio reconocido del vendido o impostor? ¿Es la motivación económica incompatible con la creación, o es parte del mito del artista maldito y bohemio?

La dinámica ilustrada del concepto autónomo de arte es inseparable del ascenso de la burguesía. Los salones decimonónicos, el comienzo de la crítica artística, las primeras formas de mercado artístico burgués, la articulación de la esfera pública, el pensamiento ilustrado-racionalista o las formalizaciones estéticas y los primeros desarrollos de la historia del arte, son parte de un estadio del desarrollo capitalista. Un mínimo repaso histórico revela que mercado y arte no han sido incompatibles, salvo para aquellos que disfrutan lanzando “soflamas” contra la “corrupción económica del arte”, acaso pensando que los artistas carecen de aparato digestivo y que podrían alimentarse del maná. La otra cuestión de los impostores, vendidos o del maldito y bohemio me parece que forman parte del almacén de los disfraces patéticos. Hacéis bien al emplear la palabra “mito” porque efectivamente lo que suele contarse sobre “incomprendidos geniales”, a veces sedimentado en el destino sacrificial de Van Gogh, no funciona más que como una cantinela ridícula para no tener que pensar con un mínimo de criterio.

En una entrevista que le hicieron, partiendo del discurso de Bauman, decía que somos contemporáneos de la liquidación de todo lo que era sólido. ¿Este proceso de liquidación ha permitido que se solidifiquen otros géneros artísticos? Y yendo de lo general a lo concreto, ¿Han surgido cambios importantes en el mundo del arte a raíz de la crisis económica y política del 2008? ¿el sentimiento de vacío e indignación de mucha gente y sobre todo de los jóvenes se ha materializado en algún tipo de nuevo género artístico?

Deleuze dijo, con extremada lucidez, que hay que evitar que sobre cada instinto se levante una institución. También subrayó que no hay proceso desterritorializante que no suponga cierta reterritorialización o, por no ser tan oscuro en mi respuesta, tenemos que entender que el nomadismo no disuelve absolutamente la condición rugosa del lugar. El diagnóstico de Bauman sobre la “sociedad líquida” puede llevarnos a una actitud epigónica que incluso contemple la destrucción, por remitir al famoso pasaje final del texto benjaminiano sobre “la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, “como un espectáculo de primera magnitud”. No podemos convertirnos en los cínicos enterradores, afectados de inequívoca “enfermedad histórica”, de todo lo acontecido, seducidos, más que por el nihilismo, por las letanías del crepúsculo. Es manifiesto que, en nuestros días, pese a todo, continúan desplegándose prácticas artísticas y proyectos culturales de enorme intensidad, muchos de ellos con una declarada voluntad de no “solidificarse”. Tras la crisis del turbocapitalismo financiero se produjo una importantísima re-politización que, entre otras cosas, vino a mostrar las fisuras de la globalización (imaginada), la desigualdad inherente al neoliberalismo (“triunfante”) y la necesidad de reinventar lo común tras el (pretendido) “fin de la historia”. Alain Badiou llegó a hablar de una suerte de “resurrección de los cuerpos”, mientras que Zizek mostró que la ideología “fukuyamiana” había quedado enterrada en las turbulencias del siglo XXI. Coordiné con mi hijo Ernesto un libro que titulamos “El arte de la indignación” (Ed. Delirio), en la estela de la “urgencia” de los acontecimientos del 2011, para incitar a pensar lo que nos pasaba. Desde esas crisis hasta la cuarentena del covid-19 hemos visto como se ha reactivado el imaginario antagonista en el arte y que las cuestiones feministas, el debate sobre la inmigración, las cuestiones raciales o las teorías decoloniales, junto a la reformulación de los museos como archivos de lo común, han marcado una agenda crítica de enorme importancia. Hal Foster ha titulado su último libro “What cames after farse?”, retomando la famosa fórmula marxista de que la historia se repite dos veces (primero como tragedia, después como farsa) para pensar aspectos del arte que reacciona y resiste frente a lo (genéricamente) “trumpiano”, esto es, tratando de ir más allá de esa “merdre” (así comienza Ubu Rey de Jarry) que nos gobierna “a golpe de tuit”.

Siguiendo el hilo de la pregunta anterior ¿Dónde cree que se encuentra actualmente la vanguardia artística? ¿Hay algún artista que le haya llamado mucho la atención en los últimos años?

No tiene, en mi opinión, sentido mantener la noción de “vanguardia” en el arte actual; incluso algunos críticos, como Iván de la Nuez, han reivindicado la noción de “retaguardia”. La metáfora “militar” del vanguardismo es mejor dejarla para una genealogía histórica de lo que fue la modernidad “heróica”. Tenemos, en todo caso, escaramuzas y sainetes, guerrilla y resistencia, cultura antagonista y, por supuesto un nuevo institucionalismo. Por otro lado, son muchísimos los artistas que me han provocado a pensar y actuar. Tuve la inmensa fortuna de cruzarme en el camino de Nacho Criado que fue, en muchos sentidos, mi maestro en la interminable zona del arte contemporáneo y, cuando han pasado diez años de su muerte, sigue siendo el que me mostró cosas “inauditas” e incluso me enseñó la importancia, en ocasiones, de no hacer nada.

¿Cómo cree usted que puede trascender un estilo de arte crítico? ¿Artistas como Banksy logran trasladar sus denuncias a la sociedad o más bien teatralizan la realidad sin llegar a cuestionar nada profundamente?

Entiendo que empleáis la palabra “trascender” de una forma anti-trascendental o acaso remitir veladamente a la cuestión kantiana de las “condiciones trascendentales de posibilidad”. La pregunta, formulada por W.J.T. Mitchell, de qué quieren las imágenes no me lleva, en ningún caso, a una sublimación que indique algo “trascendente”, sino al contrario, a una materialización que nos emplace en las condiciones reales de existencia. También creo que hay que evitar entender el arte crítico en clave “estilística”, especialmente si se quiere evitar el manierismo inercial. Me parece deberíamos dejar de lado las baladas de la derrota o, por lo menos, no pretender haber naufragado antes de haber emprendido la travesía. Más allá de Banksy (un caso complejo de analizar en esta cuestión de los planteamientos artísticos críticos, paródicos o hasta entregados al marketing del escándalo pactado), hay artistas, colectivos activistas y proyectos institucionales que inciden en los debates sociales importantes y, sobre todo, necesarios. Por cierto, recurrir a la “teatralización” no es algo estructuralmente censurable; aquí se encontraría otro mito (en este caso, una larga tradición que va desde Platón hasta Rousseau e incluso llega a Debord) de crítica unilateral del espectáculo que no asume la posibilidad de una interrupción (en el sentido brechtiano-benjaminiano) que nos permita producir y pensar lo que nos falta.

Pensando en la última entrevista de Foucault ofrecida por el semanario francés Le Nouvel Observateur, el filósofo se cuestiona por qué entendíamos que el arte residía en los objetos y no en la vida de los individuos. ¿Piensa que el arte reside en los objetos, en el proceso de creación o es independiente a ello?

Me parece que sigue teniendo vigencia aquella reflexión foucaultiana que venía a plantear la urgencia un “arte de la existencia”. La experiencia artística es una mediación dialéctica y puede reducirse ni al objeto ni a la intención autoral ni meramente esquematizada en el “sistema comunicativo”.

Últimamente se habla de una cierta vuelta al puritanismo artístico, donde cada canción, película o representación artística en general se revisa con lupa con la finalidad de que no perturbe a la sociedad transmitiendo conductas muy negativas como el machismo, el racismo o la homofobia. ¿Qué piensa sobre esta especie de corrección moral de obras que se lanzaron o publicaron en un tiempo tan anterior al actual? ¿Cree usted que es necesario? ¿No se podría tratar de una práctica que viene a considerar al espectador como alguien incapaz de entender e interiorizar las problemáticas de lo que contempla?

Todavía tengo fresco el recuerdo de los debates de hace unas décadas sobre lo “políticamente correcto” y pude comprobar cómo se producía una “tergiversación” de dinámicas que eran absolutamente éticas e imprescindibles para acabar con aquello que es inaceptable: la homofobia, el machismo, la xenofobia, el racismo, las actitudes en general violentas e intolerantes. En nuestro mundo “viral” ha regresado tanto los modos del pensamiento y la práctica política “neo-fascista” cuanto una tendencia generalizada a desplegar odios e imponer brutales formas de la censura. Tenemos que estar dispuestos a pensar críticamente más allá del maniqueísmo, es fundamental sacar la discusión del tablero idiotizante de “las guerras culturales” (promovidas con pasión por Trump & Cia) que sirven con frecuencia para dejar de lado la injusticia absoluta que sigue “gobernando” en el mundo.

Paseamos por distintas ciudades españolas y zonas del extrarradio y nos encontramos con una gran variedad de esculturas y de estilos arquitectónicos, aunque a veces sorprenden los lugares escogidos para exponerlos. ¿Puede salvarse la belleza de una obra de su entorno? ¿Podemos abstraernos de él y disfrutar plenamente de la obra o ese entorno condiciona en gran medida la percepción que tendremos de la misma?

Os agradecería que me suministréis un mapa de vuestras derivas “psicogeográficas” para que pueda disfrutar-y-sufrir de aquello que os impulsa a preguntarme esto. Mi experiencia (bastante larga desafortunadamente) es la de toparme, en las “peregrinaciones” por las tierras de España, con absolutas aberraciones, tanto urbanísticas cuanto rotondísticas. Basta recordar las prácticas inequívocamente “delictivas” (aunque consentidas por “politicastros” de todo signo) perpetradas en el litoral español o darse una vuelta por la geografía de la especulación inmobiliaria que terminó por dejar un paisaje espectral. Hace unos años se montó en el MNCARS la exposición Castillos en el aire de Hans Haacke que ejemplificaba el desastre que tenemos. Contemplando el universo “burbujeante” de los años de la cultura del pelotazo no hay modo de “abstraerse”. Hoy mismo (mientras contesto a vuestras preguntas) he escuchado que la Junta de Andalucía permitirá la construcción de un complejo hotelero en las inmediaciones de la Playa de los Genoveses, hace unas semanas teníamos el debate sobre el faro en Cantabria que quieren que pinte un tal Okuda y el ridículo-oportunista del “presunto escultor” Ochoa con su “monumento a las víctimas del covid-19” (realizado hace años en una especie de prefiguración nigromántica) nos hace cobrar conciencia de que la catástrofe sigue en marcha.

Centrémonos ahora en Madrid. En los últimos años ha habido intensos debates en la sociedad por nuevas actuaciones que afectaban al patrimonio construido, especialmente en esta ciudad: la Operación Canalejas, las cocheras de Cuatro Caminos, el edificio España, el Taller de Artillería de Raimundo Fernández Villaverde o las recientemente descubiertas caballerizas reales de Felipe II. En su opinión ¿cómo debe conjugarse la protección del patrimonio artístico e histórico con el avance y desarrollo de la ciudad? ¿debemos proteger todo aquello con valor artístico o solo en casos concretos?

Tenemos leyes de protección del patrimonio y normativas al respecto que los políticos, enfebrecidos ante ganancias, comisiones y “trincamientos” varios, se saltan a la torera sin miramientos. Madrid es, lamento recordar una obviedad, el paradigma de la “lógica de lo peor”. Hemos tenido la mala fortuna de estar gobernados de pena durante décadas. Las cosas no fueron tampoco nada bien en los años “carmenistas” que tienen más sombras que luces. Bastaría con que no hubiéramos tenido políticos, gestores y asesores tan ajenos a los intereses de los ciudadanos, capaces no solo de proteger el patrimonio (pensemos que en Madrid pudimos asistir al desmantelamiento acelerado de “La pagoda” de Fissac o a maniobras “orquestadas” por los directivos del Real Madrid que imponen su ley en un país neuróticamente futbolero) sino de proyectar una ciudad en la que sea posible frenar la desigualdad y la injusticia. Tenemos que volver a pensar el derecho a la ciudad, retomar y actualizar la consigna de Henry Lefebvre, para que pueda edificarse lo común más allá de las funestas lógicas de la gentrificación o de la “especulación inmobiliaria” que enriquece a unos pocos y mantiene a la mayoría en la precariedad completa.

Entrando en el último bloque me gustaría saber si usted cree que existe una buena promoción y también gestión del arte nacional. ¿las exposiciones que se organizan en centros públicos deberían ser gratuitas?

No me dejo llevar por el derrotismo si os digo que la promoción internacional del arte español brilla por su ausencia o, para ser más preciso, lo que se hace no parece que sirva para nada. Apenas hay artistas españoles que tengan la mínima relevancia fuera de nuestras fronteras. Hemos realizado una especie de remake-inconsciente de El ángel exterminador de Buñuel, aunque con un matiz: nosotros parece que no podemos salir de la estancia, pero muchos artistas irrelevantes, especialmente legitimados por la promoción cultural-curatorial de otros países, entran en nuestros museos por la puerta grande. Tenemos una especie de síndrome de snobs-catetos, columpiándonos entre el complejo de inferioridad y el postureo pseudo-cosmopolita. Tenemos, como no podría ser menos en un país con delirios-conmemorativos, una serie de “Sociedades Nacionales” dedicadas a los centenarios, la promoción “exterior”, el diálogo “intercultural” y el imponente “hacer que se hace”. La situación es calamitosa: el desastre está cronificado.

Los museos e instituciones culturales están apostando cada vez más por una línea museográfica “didáctica” que pretende acercar la obra al público masificado. ¿Qué opinión le merece esta estrategia? ¿Considera que esto efectivamente democratiza la cultura a la sociedad, o que más bien banaliza los discursos y simplifica las propuestas expositivas?

No veo nada malo en que los museos activen y desarrollen programas pedagógicos. Lo que debemos denunciar es precisamente la falta didáctica (algo que, por cierto, sigue sucediendo en muchos museos y espacios culturales en nuestro país) o la “infantilización” de los programas educativos. Una de las misiones que el museo no puede olvidar es precisamente la que tiene que ver con su función educadora. No creo que los programas públicos de los museos tengan que producir una banalización ni comparto, para nada, la retórica de la “masificación” que forma parte, habitualmente, de una perspectiva sociológicamente reaccionaria.

¿Si tuviera al ministro de cultura delante qué política en la esfera cultural y artística recomendaría implementar?

Tengo muy mala opinión del Ministro de Cultura actual. Seguramente le animaría a que dimitiera o pidiera a su “jefe” que le coloqué en el “negociado” donde pueda hacer menos daño. En pocos meses de “trabajo” ha demostrado que no tiene ninguna sensibilidad o conocimientos culturales. Es difícil hacerlo peor. Por tanto, lo primero sería que se fuera con viento fresco. Hemos tenido ministros de cultura (algunos de ellos también tenían “competencias” en Educación) verdaderamente monstruosos. Miro al teclado del ordenador y en primera línea me interpela uno de cuyo nombre no puedo olvidarme. Ojalá tuviéramos interlocutores que no despreciaran tan descaradamente a la cultura y a sus trabajadores.

Usted conoce bien el Museo Reina Sofía de cuyo patronato fue miembro y desde hace años forma parte de la Comisión Asesora. Dejando a un lado las obras más conocidas del museo ¿Qué tres obras recomendaría ir a ver?

Animaría a un espectador ideal del MNCARS a que contemplara minuciosamente la maqueta del Pabellón de España en la Exposición Internacional de París de 1937 que está en la zona del Guernica. Ahí tiene una parte, programáticamente crucial, de la historia moderna de España. Aunque tengo sentimientos de atracción-repulsión con Dalí, invitaría a detener la mirada en los detalles siniestros de El gran masturbador de Dalí y, pensando en una exposición que está programada para el verano del 2020, animaría a recorrer las “utopías críticas” de Concha Jerez, una artista conceptual que es un ejemplo de coraje crítico.

Y, para terminar, ¿a qué gran artista histórico le hubiese gustado conocer y por qué?

No dejo de conocer a artistas históricos; cada día, estudiando, investigando, contemplando el arte tengo el enorme placer de dialogar con toda clase de creadores. Estoy, a la manera de Quevedo, rodeado libros y obras, conversando con los muertos y los vivos. Por otro lado, he tenido la fortuna de tratar a grandes artistas contemporáneos, desde poetas como José Ángel Valente a filósofos como María Zambrano o Eugenio Trías, músicos como Juan Hidalgo, artistas plásticos como el mencionado Nacho Criado, Juan Muñoz o Javier Utray o historiadores del arte como Ángel González o Juan Antonio Ramírez (todos ellos tristemente desaparecidos, aunque siempre presentes en mi memoria agradecida) y estoy convencido de que seguiré encontrando cómplices creativos, amigos por venir que me mantengan animado… a pesar de todo.

Esta entrevista fue realizada por Eduard Redondo Ribes con la estrecha colaboración de Mayo Villasante.

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