Miguel Pasquau

Los cuatro primeros párrafos soy yo hablando de Miguel, y de la entrevista. Si tenéis una vida ajetreada y poco tiempo, no dudéis en saltároslos; id directamente a la primera pregunta, que es lo que verdaderamente merece la pena. Y así nos ahorramos disgustos.

En muchas ocasiones – por no decir todas – es hartamente complejo hablar de un autor, presentarle. Cómo hacerlo, o qué decir, son algunas de las preguntas que se te pasan por la cabeza al escribir estas primeras líneas. Pero, en este caso, cuento con un comodín: su “breve” (y fantástica) autobiografía. En su página web (miguelpasquau.es), además de hablar de distintos temas como el Derecho o la literatura, Miguel escribió una entrada que se titula “sobre mí”, y en ella realiza una presentación personal que debéis leer antes de lanzaros con esta entrevista. Así entenderéis por qué quisimos ponernos en contacto con él.

Ese es el motivo por el que no le presento yo (o, más bien, por el que no lo hago en mayor profundidad). No me acuséis de vaguería; espero, y deseo, haber sido creíble. En cualquier caso, no me voy a explayar mucho en este, para mí, necesario prolegómeno (en la mayoría de libros me lo salto, y vosotros también, no nos vamos a engañar) Lo que quiero es ir rápidamente a la parte de las preguntas, que es donde le vais a conocer mejor, y que seguro os va a gustar.

Contacté con Miguel hace unas semanas para entrevistarle, para que formase (indirectamente) parte de nuestro proyecto. Queríamos hablar con él de Derecho, del mundo universitario y de cultura. Y aceptó encantado. Él es profesor y juez (pero esto ya lo sabéis, pues habéis leído la presentación personal que os he comentado antes), y un apasionado de la literatura. Además de haber escrito tres novelas (y media), escribe ensayos doctrinales y artículos casi poéticos. La sensibilidad del jurista. Quizás sea un ejemplo vivo de que no todos los que se dedican al mundo del derecho son, necesariamente, legos en cultura, y que las leyes se pueden compaginar (entre otras) con la ciencia, con el arte y con la divulgación… (¡Legislador, apunte!, y no se vaya muy lejos, que seguro se le va a reclamar)

Pero vayamos ya, por fin, a la entrevista. Esta vez no hubo llamada telefónica. Me pidió que le enviase las preguntas que, distintos colaboradores y yo, teníamos preparadas, para así tener tiempo para la reflexión. ¿Y el tema principal?: “La crisis de la confianza en la justicia”, me comentó vía e-mail. Esa era su propuesta. Y yo la acepté, obviamente. Es un tema no sólo interesante, sino también necesario; es, tristemente, una realidad (ya me he posicionado, qué queréis que le haga). Pero también hablaremos, como os he dicho antes, sobre Miguel, sobre la Universidad y sobre cultura. Espero que disfrutéis (en general y con la entrevista) y os resulte interesante. Eso sí, leed hasta el final y reflexionad sobre lo leído, da igual si no estáis de acuerdo; Miguel me ha dado su palabra de que no se va a enfadar. Podéis proponer cambios, o estabilidad, o que todo cambie para que todo siga igual. Lo que queráis. Yo también soy fan de “El gatopardo”. Pero haced el favor de pararos a pensar, un segundo, en algo tan importante como lo que Miguel va abordar en esta charla. Con eso habrá merecido la pena.

MIGUEL PASQUAU Y LA UNIVERSIDAD.

Quería empezar la entrevista buscando el perfil humano, básico, de Miguel. La influencia de la familia, y de la ciudad. Háblanos de tus padres, pareja, hermanos, hijos, de Úbeda y de Granada; de la influencia que pudieron tener en lo que eres hoy en día.

Del «perfil básico» uno es tan poco consciente como del suelo que pisa: está ahí desde siempre, como tu nombre, o el oxígeno en la atmósfera. Son los demás los que te van diciendo cómo eres, y tú, lo único que puedes hacer, es no creerte demasiado las cosas amables pero intentar que acaben siendo verdad. Lo básico de mi perfil humano que yo podría decir es que soy una persona con suerte en la vida: lo mejor que tengo es lo que me han dado. Es verdad que eso me ha hecho una persona agradecida, y este sí es un piropo que quiero echarme.

Pudiste estudiar historia, filosofía, humanidades; disciplinas que, en el mundo actual, cuentan con un enorme descrédito al no poder monetizarse, mercantilizarse. Se consideran, muchas veces, inútiles. ¿Cómo defenderías la utilidad de “lo inútil”?

Lo inútil es inútil. El pensamiento, el arte, la literatura, son útiles, porque tienen más valor que su precio. Si no, habrían dejado de existir: se habría acabado atrofiando la capacidad de preguntarse, de crear y de imaginar. Si siguen ahí, es porque son útiles, incluso para la supervivencia de la especie. Sinceramente, no creo que hoy sufran descrédito; otra cosa es el olvido, o la pereza. Pero entiendo la pregunta, claro que sí: el dinero y la técnica tienen una utilidad inmediata. La utilidad de la filosofía, de las artes, y también de las ciencias, es mediata. El empobrecimiento que puede suponer para la especie humana la falta de tesón en esas facetas tendrá un coste que sólo podría medirse con valores intangibles. Lo grave es que, entre ellos, estoy seguro, se encuentran la alegría y la felicidad, y también la justicia.

Siguiendo con la idea apuntada en la pregunta anterior, probablemente podrías haber ganado mucho más dinero en el mundo de la abogacía (un oficio al que yo, por ahora, me voy a dedicar, y que considero tan digno como necesario), y sin embargo decidiste ser profesor, y posteriormente juez (sin dejar nunca la docencia). ¿Por qué?

No fueron decisiones tomadas con cuadros de una hoja Excel, midiendo pros y contras. Fueron más bien decisiones de «discernimiento», mezcladas seguramente con mucho de azar. Como ocurre con las grandes decisiones de la vida. No en función de un saldo neto resultante, sino de estar atento a qué quieres, en el fondo, de antemano, que salga como resultado de esos pros y contras. Eso es lo que vale. También hubo mucha buena suerte: un buen profesor y maestro me animó a pedir plaza en la Universidad, sin que yo me lo plantease; y casi veinte años después, dos buenos amigos (un compañero de Universidad y un magistrado) tuvieron al mismo tiempo la ocurrencia de sugerirme como candidato para la plaza de juez que ocupo, cosa que tampoco me habría planteado.

Ahora voy con un tema de mucha actualidad, y le pregunto al Miguel profesor de Universidad: son numerosas las críticas y quejas al sistema (y funcionamiento) universitario, y más a partir de la pandemia (docencia online, probidad académica…). ¿Cuál es el principal problema que debemos intentar corregir, al que debemos enfrentarnos (si es que lo hay)?

En lo que conozco, el principal problema, el de fondo, no es de organización, ni siquiera de medios, sino de diseño. Es la falta de un modelo bien definido y claramente asumido por el profesorado. Es difícil organizar un plan de estudios y una docencia si no tienes claro si lo que se espera de ti es la transmisión de un conocimiento de calidad, o si es la preparación para el mercado de trabajo. Yo creo que uno y otro modelo son válidos, y que persiguiendo con determinación cualquiera de esos dos objetivos podría alcanzarse el otro, pero lo peor, como en casi todo, es quedarse a medias y en tierra de nadie.

Luego está la pulsión de enseñar. Concebir el trabajo docente como un servicio al alumno (al alumno que lo quiera), y no como el cumplimiento de unas obligaciones que acaban siendo formales y rutinarias. No hay buen profesor si, al principio del curso, no tiene un fuerte deseo de que esos alumnos que hay delante acaben el curso con la sensación de que ha merecido la pena trabajar y estudiar la asignatura.

Son muchos los profesores de Derecho que se quejan del formato de oposición para judicaturas; argumentan que sólo se premia la memoria. ¿Qué opina al respecto? ¿Serían necesarias otras aptitudes? ¿La cuarta vía, de juristas de prestigio, debería ser más utilizada?

Para mí es una cuestión prioritaria. Pero no se trata de contraponer la oposición con la vía de juristas de prestigio (aunque ese es un debate interesante), sino un modelo de oposición y otro. Una oposición exigente, que requiera un importante esfuerzo, es fundamental para medir capacidad y mérito, y hacerlo en condiciones de objetividad. Pero es inconcebible que en las oposiciones para Juez y Fiscal siga siendo tan decisiva la capacidad «recitativa», es decir, cantar el tema rápido en poco tiempo. Fíjate que no hablo de la memoria, sino de la gimnasia de embutir en catorce minutos un tema y soltarlo de corrido. La memoria está bien, aunque desde luego está sobrevalorada en un mundo en el que importa más el manejo de la información que su acumulación retentiva. ¿Por qué no hacemos, por ejemplo, los exámenes escritos y con tiempo generoso para que el opositor pueda demostrar, sin agobio ni carrerillas, lo que sabe? ¿No estimularía eso otro tipo de esfuerzo más rentable desde el punto de vista de lo que el ejercicio de la profesión va a requerir luego? Tampoco es concebible, se mire como se mire, que en la oposición esté absolutamente ausente una de las cualidades intelectuales que más necesarias van a ser en su ejercicio profesional: la argumentación jurídica. ¿Por qué no introducir un dictamen, como en tantas otras oposiciones? Nada de esto equivale a perder objetividad, que es fundamental en un sistema de oposición. Cuéntenme, desde luego, entre quienes están seguros de que nuestro sistema de oposición es muy mejorable, sin merma alguna de su función de seleccionar con objetividad a los mejores. Pero no soy muy optimista. Dentro del mundo judicial, se tiene mucho miedo a que “se toquen” las oposiciones, y se cree que todo intento de modernizarlas es una “intromisión” del poder político…

Quiero hacer una aclaración: hay una gran calidad profesional en los jueces españoles, en general. Pero eso no es argumento para dejar las oposiciones como están. Tengo la convicción de que la calidad no sería menor con un sistema no recitativo de oposición.

Hoy en día tenemos doctrina, jurisprudencia, códigos y respuestas al alcance de “un click”; de forma casi instantánea. ¿Debería por ello revisarse la forma de enseñar y de aprender Derecho?

Y pronto tendremos robots que nos prepararán y ordenarán itinerarios normativos, cuadros de supuestos jurisprudenciales, y que incluso podrán calcularnos aproximativamente la probabilidad de que ciertos indiciarios se correspondan con un hecho real presunto. Claro que sí. La enseñanza del Derecho ya no puede ser enciclopédica (es decir, exposición tendencialmente “completa” de una disciplina), ni la docencia puede consistir en el suministro tedioso de materiales de estudio (apuntes). Tendemos cada vez más a enseñar a conocer las fuentes y manejarlas, conocer su lógica y su entorno, y familiarizarnos con los problemas y conflictos más típicos de cada materia. Si comparamos los exámenes de hoy con los de hace décadas, comprobamos que cada vez más se trata de valorar hasta qué punto el alumno se ha familiarizado con los conceptos, las instituciones, las normas, los criterios jurisprudenciales, y es capaz no de “sabérselos”, sino de utilizarlos para resolver casos característicos y básicos (no rebuscados) de la materia. Pero sí, es verdad: queda mucho camino en este sentido

¿Enseñanza básica de Derecho en los colegios?

Creo que en el bachillerato habría que plantearse cómo mejorar dos aspectos que hoy quizás fallan: por un lado, una «cultura científica general» para los estudiantes de Letras; y de otro lado, una «cultura jurídica» (y constitucional), para todos. Pero no me atrevo a proponer más asignaturas en un ciclo docente ya sobrecargado.

Para terminar con este apartado, y enlazarlo con el siguiente, una pregunta muy difícil: ¿qué es, para Miguel Pasquau, impartir justicia?

Es estar atento al juicio, es decir, a la controversia concreta. Las buenas sentencias no caen del cielo, sino que brotan del juicio. Es no intentar reconducir el conflicto reduciéndolo a “lo que ya sabes”, lo que tiene de parecido a otros que ya has resuelto, sino abrir lo que se sabe al matiz nuevo y distinto del caso. Sin pereza. Y es saberse a sí mismo como una pieza más del complejo engranaje de la decisión: la decisión tiene la premisa de las leyes, las pruebas, el debate entre los abogados, la jurisprudencia (con la autoridad que le da el tratarse de criterios que han ganado repetidamente juicios). Es “una multitud” la que prepara la decisión. Aunque es verdad que por lo general falta un “golpe final” de decisión que te corresponde, y que tienes que saber justificar por escrito como algo mejor (en Derecho) que sus alternativas.

CRISIS DE CONFIANZA EN LA JUSTICIA

¿La Administración de Justicia está preparada para dar respuestas eficientes a los conflictos a los que se le someten? ¿Y por qué?

Está “concebida” para ello. Voy a decirte algo de lo que estoy convencido: el modelo (hablo del modelo cultural y constitucional de Justicia), en sí mismo, roza la perfección: un tercero, profesional e independiente, que tras un juicio con todas las garantías, toma una decisión con los mejores argumentos de derecho a su alcance, sobre un marco legal conocido de antemano; no hay mejor modo de decidir en caso de conflicto. Pero luego están los déficits y los excesos. Déficit de recursos (sobre todo humanos), exceso de rutinas. Déficit de resortes legales adecuados y flexibles, exceso de rigidez. Exceso de asuntos, déficit de atención. Las oficinas judiciales están adaptándose (cualquier funcionario de Justicia podría contar el modo de trabajar hace diez años y el de hoy), pero crecen sobre un edificio que quizás habría que reconsiderar en algunos de sus cimientos. No puede hablarse de eficacia, ni de eficiencia, cuando muchos de los conflictos reales “no caben” por la puerta del Juzgado, o se resuelven al margen del Derecho (con dinero, con extorsión, con inercias, o incluso con resignación), precisamente por la impresión de que en el Juzgado el conflicto puede envenenarse o pudrirse.

¿Estamos ante un proceso de judicialización de la política o de politización de la justicia? ¿Alguno de los dos procesos es bueno/positivo?

En la prensa, sí. Ambas cosas. En la realidad, muchísimo menos de lo que parece. Pero lo poco que haya, es asunto grave.

Que los políticos quieran manejar al juez que ha de decidir, es, si me aprietas, algo normal y comprensible. Lo bueno sería que desistieran por perder toda esperanza, es decir, porque los jueces resistan. El juez tiene todos los resortes de independencia para no dejarse manejar. Tiene la obligación de hacerlo, se la debe a los ciudadanos. Con esto ocurre como con los “enchufes” en los exámenes: si te niegas y no los atiendes (educadamente, y sin necesidad de dar lecciones a nadie), acaban no pidiéndotelos. Pero eso requiere asertividad.

Si por “Justicia” entendemos la “cúpula judicial”, es cierto que un rastreador inteligente encontraría más pasadizos. Pero no sólo con el poder político, también con el económico, y con el mediático. Una de las primeras concreciones de la independencia judicial habría de ser la resistencia. No la demos por asegurada: hay que trabajarla día a día. Los jueces son personas normales ante una tarea que los sobrepasa. Para ser resistente, una primera condición es ser modesto y reconocer las debilidades.

Luego está la judicialización de lo político, es decir, la tendencia de los contendientes políticos de buscar a un juez, o un proceso, como “percha” para colgar una campaña política y mediática, en asuntos cuyo control debía ser estrictamente político. Hay demasiadas querellas (es mi opinión) cuya finalidad se agota en la noticia de que se ha presentado una querella. Tendríamos que tener más claro en qué tipo de asuntos un juez (no me refiero al Tribunal Constitucional, sino a la jurisdicción ordinaria) nunca debe meter la nariz, porque no es su función. Si seguimos esta deriva de judicialización de asuntos políticos, acabaremos viendo que un Juez, por auto de medidas cautelares, decide cerrar una frontera, porque lo contrario pueda ser prevaricación. No quiero desarrollar esta idea, porque me puede llevar más lejos de lo debido. Te resumo: buscar sello judicial para ganar una batalla política es una deslealtad constitucional.

¿Hasta qué punto, a la hora de decidir sobre el fallo en sentencias tan importantes políticamente (el procés, por ejemplo) se tienen en cuenta no sólo los aspectos jurídicos, sino también las consecuencias políticas y sociales que vaya a tener una decisión u otra? ¿Se busca, por ello, una postura intermedia?

La respuesta teórica la tengo clara: ello sólo puede/debe ser así cuando hay margen interpretativo. A la hora de optar por una decisión, de entre varias posibles en Derecho, es legítimo tener en cuenta las consecuencias. Eso es, precisamente, en el ámbito del Derecho civil, la “equidad” (artículo 3.2 código civil). Distinto es que la consideración de las consecuencias políticas o sociales acabe siendo un alud que se lleve por delante el Derecho: entonces podremos ser muy “justos”, pero dejamos de ser un Estado de Derecho.

Sobre la sentencia del procés he opinado quizás demasiado. En mi opinión se juntaron dos factores que dejaba todo en manos de una decisión voluntarista del tribunal: la enorme singularidad (y gravedad política) del caso, y la excesiva elasticidad de un tipo penal muy duro en sus consecuencias, como es la sedición (de la rebelión no hablo, porque nunca tuve dudas de que  no hubo un alzamiento “violento”, por más que se produjese algún incidente violento). El tribunal argumentó con solvencia su solución, pero en mi opinión, estirando más de la cuenta el tipo penal, probablemente por no contar en el código penal con un delito más apropiado a los hechos (que yo denominaría la “desobediencia constitucional”). Como no existía ese tipo, se tuvieron que calzar los hechos en la expresión “alzamiento tumultuario”. Pero no es más que una opinión personalísima.

Sobre la elección del CGPJ, hay numerosos juristas que la consideran inconstitucional, al elegirse según representación de partidos. Proponen que se decida según mérito y capacidad, o según los propios jueces. Mis dudas son: ¿acaso la decisión por parte de los jueces no podría llevarse a cabo por “amiguismos”, o según pertenencia a asociaciones judiciales?, ¿quién decide lo que es el mérito y la capacidad, y a partir de qué parámetros?; ¿no se podría considerar, la elección del CGPJ por parte de los representantes políticos, una forma de democratización de la justicia? ¿Qué opina sobre todo esto?

El modelo de elección parlamentaria de los vocales judiciales no es inconstitucional (el Tribunal Constitucional así lo dijo), pero ha degenerado en una elección “por cuotas de partido”, y eso sí es perverso. Como los Parlamentos (en particular, los partidos PSOE y PP) han hecho mal uso de ese sistema, es normal que quiera cambiarse.

El modelo de elección corporativa (es decir, por los propios jueces) no va a ser mejor: las cuotas van a desplazarse de los partidos a las asociaciones judiciales, en un proceso con más riesgo de baronías judiciales y amiguismo. Ya lo vemos en las elecciones a Salas de Gobierno, en que cada asociación hace su lista que se vota muy generalmente en bloque por los asociados. La única ventaja es que sería un modelo “nuevo”, y a veces es bueno “cambiar de defectos”.

¿Por mérito y capacidad? Cuidado con los baremos, que impiden ver el bosque. O que cuentan muy bien las briznas de hierba, pero se les puede pasar la arboleda.

Si te digo cuál es mi propuesta puede parecerte una broma. Para mí lo ideal de un Consejo General del Poder Judicial sería su falta absoluta de notoriedad. Que nos olvidáramos de él y no hubiera tentación de controlarlo. Y para eso, optaría por una designación de los vocales judiciales por sorteo (de entre los jueces que quisieran formar parte), y por llevar la sede del CGPJ a Úbeda o a Lugo. Es decir, lejos de la Corte.

Todos tenemos derecho a un abogado, ¿deberíamos tenerlo, también, a un asesor de comunicación? Hoy en día, antes de que te tomen declaración, ya te han juzgado y condenado en las redes y en los medios de comunicación. Aunque posteriormente te absuelvan (mediante sentencia), tu imagen ya ha sido dañada. ¿Cómo se puede combatir eso? ¿Puede hacer algo al respecto el CGPJ?

No es posible combatirlo. En esto soy muy pesimista. Los medios juegan con una ventaja frente a los tribunales: no tienen límites (ni deben tenerlos, más que muy excepcionalmente). Por eso, en los llamados “juicios paralelos” gana siempre el juicio mediático, mucho más vistoso, intuitivo, plegado a las expectativas de la audiencia, ansiosa por corroborar sus prejuicios. El juicio, en cambio, es toda una maquinaria dispuesta para defenderse del prejuicio, y eso es aburrido. Un juicio es lo contrario de un prejuicio.

Al menos, es verdad, queda a salvo lo importante: la sentencia que se ejecuta no es la de la prensa, sino la del juez; pero la conexión entre opinión pública y Justicia va degradándose, y la confianza de los ciudadanos en sus instituciones se va deteriorando, por el enorme punch que tiene el periodista, libre de las exigencias de las garantías procesales, la inmediación, la atenta valoración de la prueba, la necesidad de oír las diferentes versiones contradictorias.El periodista, a diferencia del juez, es libre para tergiversar, puede orillar lo que no le interesa a su tesis (o a lo que su audiencia quiere corroborar). Esto tiene difícil solución, y está conduciendo a un cierto populismo en la percepción del funcionamiento de la Justicia: los ciudadanos acaban creyendo que los jueces han perdido “el sentido común” y se enredan en tiquismiquis. Y cuando las garantías y el rigor jurídico se perciben como tiquismiquis, estamos perdidos. El bulo estúpido que corre por Whatsapp y engaña a gente muy inteligente, o la arenga de un locutor diciendo que los jueces han hecho un disparato porque uno de ellos es amigo del cuñado del vecino de una de las partes, le suele ganar a la sentencia. Y eso tiene difícil remedio.

¿Por qué los ciudadanos tienden cada vez más a ver a la Administración de Justicia (sobre todo a jueces y fiscales) como aliada de “los otros poderes” y no como garantía de sus derechos?

Si es así, es una tragedia. El juez ha de formar parte del “sistema”, pero no de la “Corte”. El sistema son los derechos y la ley; la “Corte” es lo que rodea al poder (y a los poderes). El poder no necesita jueces, sino “ejecutores”, y no hay ciudadanía sin jueces con competencias para poner límite al poder. Si los ciudadanos ven a los jueces como aliados de los otros poderes, será porque no hacemos bien nuestro trabajo.

Puede haber otra explicación. Como he dicho, el juez “es sistema”. Forma parte de él. Así debe ser: los jueces no son francotiradores que deben ganar batallas, sino garantes del sistema (de derechos). El problema es que el sistema no es perfecto, y su propio modo de ser genera exclusión y desigualdad, porque tiene “zonas ciegas” incapaces de detectar los factores de exclusión social, y eso produce víctimas. El sistema tiene “planos inclinados”, cuesta arriba para unos, y cuesta arriba para otros, y nos hacemos la ilusión de que el plano es rigurosamente horizontal. Es una ilusión, es creer que porque la ley no discrimina, no hay desigualdad. Y por eso a veces el juez no tiene más remedio que dictar una sentencia que él mismo califica de “injusta”: esto es así cuando no encuentras una razón jurídica que te permita decidir de otro modo, y ocurre con alguna frecuencia. Y es duro.

Cuando hay que juzgar a otro, la justicia va muy lenta; pero cuando te toca a ti, quieres que sea lo más garantista posible. ¿Una justicia más rápida y menos garantista, o más garantista pero más lenta?

El problema no son las garantías, es el tiempo. Si las decisiones se pudieran tomar con rapidez, ninguna garantía sobraría. Es el tiempo el que hace que algunas garantías acaben siendo, a veces, disfuncionales y aprovechadas para intereses espurios. Pero no acepto el dilema: las garantías son, por fortuna, intocables, luego lo único que podemos es mejorar en tiempo. Buscar atajos es perderse en la ciudad. Hay que descongestionar, no hay otra.

Sobre la anterior pregunta, ¿qué opina sobre la derogación del art. 324 LECrim (sobre los plazos para la instrucción)?. ¿Es una vía de escape para los delincuentes en causas muy complejas, o un mecanismo para garantizar el derecho fundamental a un proceso sin dilaciones indebidas?

El problema del 324 LECrim es precisamente que es un atajo. El objetivo de evitar dilaciones innecesarias es impecable, pero no basta con darle un tijeretazo al calendario. No creo en soluciones basadas en la “prisa”, y sí en las que ponen más recursos. He leído que hay una propuesta para ampliar el plazo de 6 a 12 meses: en mi opinión, sería más acertado discriminiar según cuáles sean las causas de la dilación.

Con la elección de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado, y con declaraciones de algunos políticos al respecto de la fiscalía, ¿qué opina, teniendo en cuenta la crisis de confianza, sobre la propuesta de que sea el fiscal el instructor, y no el juez?

Yo sería partidario de que el Fiscal General del Estado fuese elegido no por el Gobierno, sino por una mayoría cualificada del Congreso, y por un período no coincidente con el de la Legislatura. Esto requeriría un cambio constitucional, pero creo que suscitaría consenso. Quien se opusiera, quedaría retratado.

Sobre la instrucción dirigida por el Ministerio Fiscal, con un juez de garantías para autorizar diligencias invasivas de derechos fundamentales y para vigilar la actividad puramente instructora y de dirección de la policía, tengo una opinión favorable. Pero para pronunciarme tendría que ver la letra pequeña. Me importa más la limpieza, la operatividad y la transparencia, y la necesaria distinción entre la lógica policial y la lógica judicial (eso es fundamental), que quién la dirige. Estudiaremos la propuesta cuando se concrete, pero teóricamente, sí,  me parece que son más las ventajas que los inconvenientes de un modelo en el que el Fiscal dirige la investigación y el Juez la controla.

Después de todas estas preguntas, lanzo la más difícil: ¿Hay vías y márgenes de mejora? ¿Qué se debe hacer; qué hay que cambiar?

Claro que hay margen de mejora. Pero no sin un diagnóstico hecho con tranquilidad, que distinga aspectos ideológicos, presupuestarios y organizativos. Una modernización del sistema de acceso a la carrera judicial, una mejor dotación presupuestaria que permita al juez dedicar más atención a la singularidad de cada caso, una decidida actualización de la planta judicial, la continua revisión de las leyes procesales una vez que se detectan deficiencias, una estrategia comunicativa más inteligente… ¿Dónde hay que firmar?

LA CULTURA.

¿Qué significa para ti escribir, y por qué has escrito tres novelas (y media)?

En mi caso, es una afición. El placer de inventar una realidad con palabras bien esculpidas que la hagan creíble y atractiva, con la deliberada intención de que penetren en otras personas, les hagan vivir una experiencia, o pensar, o sentir una emoción, o pasar un buen rato. Es revolver en el saco que llevamos dentro, ir combinando elementos hasta que van tomando una forma, van apareciendo personajes, escenas, historias, que son tanto recuerdo como imaginación, porque la imaginación, “la loca de la casa”, es eso: un desorden de recuerdos en fuga. También la búsqueda de cierta armonía: no llegas a cerrar nunca una novela hasta que no te has apartado de ella y te convences de que, aunque sea remotamente, es mejor que el silencio. Esa es la diferencia entre el ruido y la literatura.

Te voy a pedir un breve alegato en defensa de la cultura. ¿Por qué debemos cuidarla, protegerla?

Si es un alegato, habrá que aclarar la voz y ponerla solemne (risas). Pero voy a hacerlo. La cultura es la memoria, y no se puede vivir sin memoria. Se puede descuidar, puede banalizarse individualmente, se puede vivir en lo inmediato, pero ¿sabes qué pasaría si descuidamos la memoria en la formación de las nuevas generaciones? Que se concentraría en recónditas cámaras albergadas en programas, aplicaciones, big data e instrumentos de inteligencia artificial (eso es seguro), y se convertirían en herramienta frente a la que el común careceríamos de resistencia alguna.

La “impregnación cultural” es un tributo a la especie humana. Es sentirse un eslabón más de una larga cadena. Tener capacidad de pensar ordenadamente, de disfrutar la belleza artística, de adentrarse en una novela clásica que sobrevivió a su tiempo, de apreciar la calidad de una película de esas que nos ponen de puntillas (es decir, que nos hace mejores), nos hace resistentes a la barbarie, porque la barbarie es precisamente eso: un poder desmemoriado. Imagina cómo correrán bulos y postverdades fabricados a conciencia en sociedades infantilizadas.

Quiero que me recomiendes tres libros (si quieres más, acepto); pueden ser novelas, poesía o ensayos. O un manual de derecho civil. Y también te voy a pedir que recomiendes seis películas: tres deben de ser necesariamente jurídicas y las otras pueden ser de cualquier temática/naturaleza/época. Aquí no hay censuras. 

Voy a mirar el estante de libros escogidos… Veo a Borges, a Camus, a García Márquez, a Cortázar, a Dostoievsky, a Scott Fitgerald, a Sciascia, a Barnes, a Sánchez Ferlosio… Son autores que en algún momento de mi vida me pareció que estaban en la cumbre. Hay más, pero no se trata de hacer listas.

Películas “jurídicas”… Por salirme de las que todos tenemos en mente, te apuntaría algunas menos conocidas: “Negación” (un proceso sobre falsificación histórica referida al holocausto, que deja en manos de un juez la decisión sobre una especie de verdad oficial); “L’hermine” (en salas españolas la titularon “El juez”, pero me refiero a la francesa), y “Sophie Scholl: los últimos días”.

Sobre las otras grandes películas me pasa como con las novelas: temo dar una lista, porque cualquiera que dé será defectuosa. Pero sí me vienen a la cabeza algunas que he visto varias veces, o he recomendado con frecuencia: “Casablanca” (amor), “La vida de los otros” (una de las escenas de mayor tensión psicológica, la del interrogatorio), “La gran belleza” (tratado sobre la nostalgia del “momento máximo”), “Rojo” (porque me enamoré de Irene Jacob), “El gran golpe”, “Amadeus” (magnífico tratado sobre la envidia). De series sí puedo decirte, y por orden, las tres que más me han gustado: “Breaking bad”, “Homeland” (esta noche voy a ver los dos últimos capítulos) y “Borgen”.

Un lugar, una ciudad, una canción.

Una noche abierta de verano en cualquier lugar. París, en mayo o junio. El álbum “All things must pass”, de George Harrison (por razones no sólo musicales: tiene que ver con mi cuarta novela).

—–

Para terminar, agradecimientos. Creo, y más al haber acabado de leer sus respuestas, que Miguel es un ejemplo de cómo combatir la crisis de la confianza en la justicia. De por qué la moderación es una virtud. Y por eso le doy las gracias. Pero también por habernos permitido conocerle en mayor profundidad. Por su tiempo, por su manera de escribir y por su reflexión y criterio. Ojalá los lectores jóvenes (y no tan jóvenes) encontréis aquí un modelo, o una forma de entender el mundo del Derecho y de la justicia diferente, y a tener en cuenta. Ojalá, al menos, os haya merecido la pena llegar hasta el final. Y ahora, ya sabéis: seguid a Periferias.

Hasta la próxima.

Esta entrevista fue realizada por Juan García Herrera contando, a su vez, con la ayuda de otros colaboradores.

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